“No hay guerra sin víctimas” parece ser el primer axioma que sigue el presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte, a la hora de luchar contra el narcotráfico. “Siempre debe elegirse el mal menor” es el segundo. No parece haber un tercero. Sobre el endemoniado tablero de juego las fichas (consumidores, traficantes, corrupción, sistema penitenciario, programas de rehabilitación, sicarios…) se mueven sin cesar mientras el pueblo se divide entre el horror a la violencia y el repudio a las drogas.